Leyendo
“Crimen y castigo”, publicada en 1866 por Fiódor Dostoievski,
uno se sorprende descubriendo una sociedad donde el individuo tiene
fuertes valores morales, y donde el protagonista se plantea si es
suficientemente libre como para traicionar esos valores en beneficio
propio, entablando entonces una batalla casi a muerte contra su
conciencia. Esa novela contrasta con la sociedad actual y con
nuestros líderes, que parecen no tener ninguna conciencia, ni ningún
dilema ético al actuar en beneficio propio causando un mal a
muchísimos conciudadanos. No he visto a ningún banquero, ni
especulador, ni ninguno de los políticos que lo han permitido
pidiendo perdón, porque ni siquiera se sienten avergonzados o
culpables. Incluso hemos visto a banqueros que, tras arruinar su banco, lo han demandado porque creían que no les habían pagado un finiquito suficiente.
¿Como
es eso posible? Según mi opinión hoy en día el neoliberalismo ha
implantado una nueva escala de valores en muchos de nosotros, y en
todos nuestros líderes, incluyendo los que se hacen llamar
socialistas. Estos nuevos valores dicen que el triunfo y el
enriquecimiento personal a cualquier precio es lo único que importa,
dicen que está bien mentir y pisotear al compañero con tal de
medrar, dicen que si una acción te sirve para ganar dinero es una
buena acción, y dicen que la pobreza es una muestra de debilidad
pues el que es pobre lo es porque no ha sido suficientemente fuerte
como para prosperar aplastando a otros, y por tanto a los pobres no
hay que ayudarlos, pues tienen que hacerse fuertes y aprender a
trepar solos.
Estos
son los valores que rigen nuestra sociedad actual, y que permiten al
individuo actuar egoistamente, incluso causando dolor a otros, sin
tener ningún remordimiento, pues tu conciencia ya no te tortura como
al protagonista de “Crimen y castigo”, en realidad a lo mejor a
esos individuos su conciencia les tortura si no actuan para
enriquecerse. El problema reside en que una persona que no tiene
principios ni remordimientos, que puede actuar libremente en
beneficio propio incluso causando daño a terceros es la definición
que la medicina da para los psicópatas, así pues esa nueva escala
de valores nos convierte a todos un poco en psicópatas.
La
sociedad basada en esos principios se está autodestruyendo, pues la
sociedad se inventó como un entorno de colaboración entre
individuos que renuncian a parte de su libertad individual y
anteponen el bien común por encima del bien personal. Si la mayor
parte de los miembros de una sociedad rompen ese acuerdo, la sociedad
en sí deja de tener sentido.
Por
supuesto, siempre ha existido ese pulso entre el individualismo y el
bien común, pero tres poderosas herramientas habían conseguido
subyugar ese impulso, y hacer que las personas que actuaban así al
menos se avergonzaran de ello, no como ahora que se sienten
orgullosos.
El
primer freno siempre ha sido la ética individual, ese Peptio grillo
que nos ha guiado hacia el camino de la rectitud, y nos ha torturado
si no hacíamos lo correcto mediante los remordimientos.
El
segundo ha sido la religión, que nos ha amenazado con la condenación
eterna si no actuábamos según lo que los religiosos nos han dicho
que era ético.
El
tercer freno ha sido la ley, que nos ha amenazado con la cárcel si
no cumplíamos la legalidad, y que servía contra los individuos que
no tenían ni el primer ni el segundo freno.
Pero hoy en día esos
tres frenos han saltado por los aires. Nuestro Pepito grillo
individual ha sido sustituido por otro mediante la conversión del
egoísmo en un valor ético aceptable, de modo que ahora nuestro
nuevo Pepito grillo nos guía hacia el egoísmo individualista.
La condenación eterna ha
dejado de ser una amenaza, pues hasta el propio Papa ha admitido que
el infierno es un lugar metafórico, y viendo las actitudes de
algunos religiosos que han robado y abusado de niños, con el
beneplácito de sus superiores parece que ya ni ellos mismos temen
esa condenación eterna.
Y la ley ha sido
retorcida para convertir en legal el robo y la explotación, pero con
nuevos nombres como SICAV, paraíso fiscal, instrumentos financieros,
preferentes, cláusulas hipotecarias, becarios, contrato en
prácticas, o flexibilización laboral. Esas nuevas palabras esconden
viejas ideas, según las cuales los ricos y poderosos tienen
derechos, y los pobres tienen obligaciones.
Creo que la única forma
de reconducir la sociedad, y evitar que el individualismo la
destruya, es reinstaurar al menos uno de esos frenos. El más fácil
sería el de la ley, el problema es que las leyes las hacen los
poderosos, y estos no parecen dispuestos a renunciar al
individualismo que tanto les conviene. El freno de la religión
parece dificilmente reimplantable. Así pues solamente nos queda la
opción de la ética individual. Tenemos que renunciar al egoísmo
individualista que los neoliberales nos han vendido como un bien superior,
y empezar a pensar en el bien común en nuestros actos cotidianos.
Solo si logramos cambiar los valores del enriquecimiento personal a
cualquier precio, por los valores del enriquecimiento colectivo, y
conseguimos transmitir esos valores a nuestros hijos, podremos exigir
a nuestros líderes que actúen con ética.
No podemos quejarnos de
que nuestros empresarios nos explotan, de que nuestros deportistas
defraudan, o de que nuestros políticos se consiguen un retiro dorado
de asesor a cambio de favores, mientras nosotros mismos también
actuemos sin ética. Hay que dejar de contratar servicios sin
factura, hay que dejar de comprar lo mas barato sin preguntar si
detrás hay mano de obra explotada, hay que dejar de
medrar en el trabajo a base de intentar dejar mal a tus compañeros,
hay que dejar de enseñar a los niños a aprobar copiando, y hay que
dejar de poner el dinero en el banco que nos da más rentabilidad sin
preguntar si la obtienen deshauciando a familias de sus casas. Solo
si nos convertimos en personas íntegras, podremos exigir a nuestros
conciudadanos que lo sean también.