30 de junio de 2013

Crimen sin castigo, o la ética neoliberal

Leyendo “Crimen y castigo”, publicada en 1866 por Fiódor Dostoievski, uno se sorprende descubriendo una sociedad donde el individuo tiene fuertes valores morales, y donde el protagonista se plantea si es suficientemente libre como para traicionar esos valores en beneficio propio, entablando entonces una batalla casi a muerte contra su conciencia. Esa novela contrasta con la sociedad actual y con nuestros líderes, que parecen no tener ninguna conciencia, ni ningún dilema ético al actuar en beneficio propio causando un mal a muchísimos conciudadanos. No he visto a ningún banquero, ni especulador, ni ninguno de los políticos que lo han permitido pidiendo perdón, porque ni siquiera se sienten avergonzados o culpables. Incluso hemos visto a banqueros que, tras arruinar su banco, lo han demandado porque creían que no les habían pagado un finiquito suficiente.
¿Como es eso posible? Según mi opinión hoy en día el neoliberalismo ha implantado una nueva escala de valores en muchos de nosotros, y en todos nuestros líderes, incluyendo los que se hacen llamar socialistas. Estos nuevos valores dicen que el triunfo y el enriquecimiento personal a cualquier precio es lo único que importa, dicen que está bien mentir y pisotear al compañero con tal de medrar, dicen que si una acción te sirve para ganar dinero es una buena acción, y dicen que la pobreza es una muestra de debilidad pues el que es pobre lo es porque no ha sido suficientemente fuerte como para prosperar aplastando a otros, y por tanto a los pobres no hay que ayudarlos, pues tienen que hacerse fuertes y aprender a trepar solos.
Estos son los valores que rigen nuestra sociedad actual, y que permiten al individuo actuar egoistamente, incluso causando dolor a otros, sin tener ningún remordimiento, pues tu conciencia ya no te tortura como al protagonista de “Crimen y castigo”, en realidad a lo mejor a esos individuos su conciencia les tortura si no actuan para enriquecerse. El problema reside en que una persona que no tiene principios ni remordimientos, que puede actuar libremente en beneficio propio incluso causando daño a terceros es la definición que la medicina da para los psicópatas, así pues esa nueva escala de valores nos convierte a todos un poco en psicópatas.
La sociedad basada en esos principios se está autodestruyendo, pues la sociedad se inventó como un entorno de colaboración entre individuos que renuncian a parte de su libertad individual y anteponen el bien común por encima del bien personal. Si la mayor parte de los miembros de una sociedad rompen ese acuerdo, la sociedad en sí deja de tener sentido.
Por supuesto, siempre ha existido ese pulso entre el individualismo y el bien común, pero tres poderosas herramientas habían conseguido subyugar ese impulso, y hacer que las personas que actuaban así al menos se avergonzaran de ello, no como ahora que se sienten orgullosos.
El primer freno siempre ha sido la ética individual, ese Peptio grillo que nos ha guiado hacia el camino de la rectitud, y nos ha torturado si no hacíamos lo correcto mediante los remordimientos.
El segundo ha sido la religión, que nos ha amenazado con la condenación eterna si no actuábamos según lo que los religiosos nos han dicho que era ético.
El tercer freno ha sido la ley, que nos ha amenazado con la cárcel si no cumplíamos la legalidad, y que servía contra los individuos que no tenían ni el primer ni el segundo freno.
Pero hoy en día esos tres frenos han saltado por los aires. Nuestro Pepito grillo individual ha sido sustituido por otro mediante la conversión del egoísmo en un valor ético aceptable, de modo que ahora nuestro nuevo Pepito grillo nos guía hacia el egoísmo individualista.
La condenación eterna ha dejado de ser una amenaza, pues hasta el propio Papa ha admitido que el infierno es un lugar metafórico, y viendo las actitudes de algunos religiosos que han robado y abusado de niños, con el beneplácito de sus superiores parece que ya ni ellos mismos temen esa condenación eterna.
Y la ley ha sido retorcida para convertir en legal el robo y la explotación, pero con nuevos nombres como SICAV, paraíso fiscal, instrumentos financieros, preferentes, cláusulas hipotecarias, becarios, contrato en prácticas, o flexibilización laboral. Esas nuevas palabras esconden viejas ideas, según las cuales los ricos y poderosos tienen derechos, y los pobres tienen obligaciones.
Creo que la única forma de reconducir la sociedad, y evitar que el individualismo la destruya, es reinstaurar al menos uno de esos frenos. El más fácil sería el de la ley, el problema es que las leyes las hacen los poderosos, y estos no parecen dispuestos a renunciar al individualismo que tanto les conviene. El freno de la religión parece dificilmente reimplantable. Así pues solamente nos queda la opción de la ética individual. Tenemos que renunciar al egoísmo individualista que los neoliberales nos han vendido como un bien superior, y empezar a pensar en el bien común en nuestros actos cotidianos. Solo si logramos cambiar los valores del enriquecimiento personal a cualquier precio, por los valores del enriquecimiento colectivo, y conseguimos transmitir esos valores a nuestros hijos, podremos exigir a nuestros líderes que actúen con ética.
No podemos quejarnos de que nuestros empresarios nos explotan, de que nuestros deportistas defraudan, o de que nuestros políticos se consiguen un retiro dorado de asesor a cambio de favores, mientras nosotros mismos también actuemos sin ética. Hay que dejar de contratar servicios sin factura, hay que dejar de comprar lo mas barato sin preguntar si detrás hay mano de obra explotada, hay que dejar de medrar en el trabajo a base de intentar dejar mal a tus compañeros, hay que dejar de enseñar a los niños a aprobar copiando, y hay que dejar de poner el dinero en el banco que nos da más rentabilidad sin preguntar si la obtienen deshauciando a familias de sus casas. Solo si nos convertimos en personas íntegras, podremos exigir a nuestros conciudadanos que lo sean también.

22 de junio de 2013

El patriota traidor

Blind patriotism de Brian D Morgan
Hablar sobre el patriotismo y el nacionalismo es muy difícil, especialmente debido a la perversión del lenguaje, ya que cuesta definir esos conceptos. ¿Que es una patria?¿Y una nación? La verdad es que me da un poco igual, y no quiero entrar en esa discusión, porque esos conceptos son sentimientos, y cada cual tiene los suyos, pero de lo que quiero hablar no es del sentimiento, sino de las actitudes que toman los que tienen esos sentimientos.
En España hay mucha gente con sentimientos de arraigo a su tierra, pero para algunos su tierra es toda la península, mientras que para otros es solo una parte de ella, pero las actitudes que toman unos y otros son similares, y en mi opinión algo perversas, pues mientras proclaman el amor por su tierra, tienen actitudes que poco a poco están haciendo de esa tierra un lugar inhabitable.
Hay gente que cree que debe y puede imponer su sentimiento patriótico a otros, y están en los dos bandos, tanto en los llamados nacionalismos periféricos, como en el muchas veces negado nacionalismo español. Prueba de ello es el famoso “vamos a españolizar a los alumnos catalanes” del ministro de educación Wert. Creer que se puede imponer un sentimiento es tan absurdo como pensar que puedes obligar a alguien a amarte, y pensar que tienes la obligación de intentarlo se parece mucho a la violencia de género.
Así pues, si no se pueden cambiar esos sentimientos ¿como podemos arreglar la situación? Pues en mi opinión hay que quitar el foco de que bandera ondeas, y ponerlo en que haces para ensalzar dicha bandera.
La peor actitud que se puede tomar a ese respecto, según mi punto de vista, es la de ondear la bandera y gritar que quien no la ondee tan fuerte como tu es sospechoso de ser un enemigo de la patria, esa actitud es la que intenta obligar a la gente a dar pruebas públicas de su afecto a la patria para así inferir que todo aquel que no lo haga es porque es un mal patriota. Esa actitud degenera en un patriotismo de escaparate, basta con ponerse una pulsera con la bandera para ya creerse un ciudadano ejemplar, y ser un ciudadano ejemplar no consiste en eso.
Aunque te vistas con la bandera, y escuches cada mañana el himno nacional, serás un mal patriota si no pagas tus impuestos, si defraudas, si no te levantas cada mañana para trabajar duro, si te cuelas en el metro o si intentas hacer un pelotazo y piensas que otro ya apechugará con las consecuencias. Si intentas escaquearte de tus obligaciones estás traicionando a tu patria, pues estás anteponiendo tu propio beneficio al bienestar de tu tierra, te conviertes en un patriotra traidor.
Necesitamos menos patriotas que ondeen banderas, y mas patriotas que trabajen duro para el bien de su tierra, cada cual la que considere propia. Si se consiguiera ese cambio, la verdad es que me daría un poco igual que bandera ondeara cada cual, porque la verdad es que estarían remando todos en la misma dirección, me daría igual si trabajan duro para España, o para Cataluña, porque la verdad es que todos estarían sacando el país adelante por igual.
El problema es que hoy en dia hay muchos patriotas en ambos lados que vociferan sobre lo buenos que son unos y lo malos que son otros, a la vez que están defraudando, contratando en negro, o en el caso mas sangrante de los políticos, enfrentando a la ciudadanía unos contra otros a la vez que se legisla en favor de algunas empresas de conocidos y amigos. No se me ocurre ninguna actitud mas antipatriótica que sembrar la cizaña entre conciudadanos a la vez que se dilapidan sus impuestos para favorecer a amiguetes, y se ocultan fortunas al fisco en paraísos fiscales.
Si los ciudadanos tomáramos consciencia de ese echo, el país en su conjunto daría un paso adelante.
Las eternas discusiones entre catalanistas y españolistas, seguirían existiendo, pero dejarían de ser destructivas para convertirse en una competición positiva para el conjunto, pues cada cual, para mostrarse mejor patriota que el otro, tiraría adelante del país. Además a los políticos, empresarios, famosos y deportistas de élite, que normalmente se llenan tanto la boca de patria, pero que a la hora de la verdad tienen todos sus fortunas en el extranjero, no les bastaría con atarse una bandera al cuello y salir por la tele, sino que tendrían que cumplir con sus obligaciones con el fisco y no por miedo a ser pillados, sino por amor a su tierra.
Quizás sea algo utópico, pero tenemos que conseguir cambiar la definición de que significa ser un patriota. Ahora ser patriota significa considerar enemigo mortal cualquier patriota de una patria diferente a la tuya, y tendría que pasar a significar querer trabajar cada día para que tu patria prospere.
Si el sentimiento patriótico se convierte en un impulso para la mejora personal, y se sobrepone a la búsqueda del beneficio económico personal a cualquier precio, incluso a costa del empobrecimiento del país, que tanto mal ha hecho al conjunto de la sociedad, entonces ese sentimiento dejará de ser un problema de nuestra sociedad para ser una de las soluciones. Y entonces dará un poco igual si hay una patria o cinco o diez, porque todos querrán lo mejor para el conjunto de la sociedad.

16 de junio de 2013

¿En que se gastan nuestros impuestos? Inversiones

En mi post anterior expuse lo necesario que me parece regenerar la conciencia ciudadana sobre la utilidad de los impuestos, a través de la racionalización y la transparencia en el gasto, y cuando digo eso no me refiero a recortar en sanidad y educación, sino en que la ciudadanía tiene derecho a saber en que se gasta el dinero, y en opinar si cree que se está derrochando en cosas inútiles, o en beneficios espúreos para unos pocos. No quería limitarme únicamente a la crítica general a nuestros dirigentes, cosa que ya he hecho ampliamente, sino que quería hacer algunas propuestas concretas. Ya indiqué propuestas sobre como evitar los abusos en sueldos y cargos de los políticos, y ahora quería centrarme en como controlar el gasto en inversiones públicas.

La primera medida sería clarificar como se decide si una infraestructura es necesaria y útil. Actualmente parece que las inversiones se deciden en función de donde ha nacido el ministro de turno, o si en cierta comunidad han obtenido muchos votos, y esto tiene que acabarse pues nos ha llenado el país de aeropuertos inoperantes, paradas de AVE en pueblos, y autopistas rescatadas.
Las infraestructuras del tipo escuelas y hospitales se proyectan en función de la población existente y la distancia de los trayectos, y salvo contadas excepciones, se han ejecutado de forma bastante racional, así pues en ese campo no creo que haya que hacer muchas reformas, simplemente dejar que los técnicos decidan libres de injerencias políticas.

En lo referente a las infraestructuras de transporte es donde se necesita poner orden. Habría que distinguir entre infraestructuras de alta capacidad (autopistas, trenes, puertos y aeropuertos), de las de baja capacidad (carreteras). Antes de ejecutar una infraestructura de alta capacidad habría que hacer un presupuesto y un cálculo de su utilización futura, lo que se conoce como un cálculo de coste/beneficio. Si dicho cálculo da un resultado por encima de cierto valor, se puede ejecutar, pero si el cálculo da por debajo de dicho umbral se podría ejecutar pero como infraestructura de baja capacidad, que no necesitaría pasar dicho cálculo de coste/beneficio, a menos que se rehaga el proyecto para rebajar el presupuesto. O sea, que entre dos poblaciones de 1.000 habitantes, no se puede construir una autopista, porque no la utilizaría casi nadie, pero sí una carretera, ya que es un derecho básico de todos los ciudadanos tener una infraestructura de transporte. Dicho cálculo sería vinculante, no una mera opinión de los técnicos.
Aún así, es cierto que en ciertos casos una infraestructura con poca demanda inicial puede servir para traer riqueza a ciertas zonas depauperadas. Para esos casos en los que el cálculo coste/beneficio no justifica dicha infraestructura de alta capacidad, pero otros criterios socioeconómicos o demográficos si que la hacen recomendable, propongo crear un impuesto específico, que vendría a sustituir las tan polémicas transferencias de solidaridad entre comunidades autónomas. El dinero para pagar dichas infraestructuras infrautilizadas se tendría que sacar de un fondo que se iría llenando con dicho impuesto solidario que pagarían los ciudadanos en función de su renta. Si los políticos creen que hay que hacer muchas de estas infraestructuras infrautilizadas, tendrían que explicar a los ciudadanos que les tienen que subir dicho impuesto de solidaridad, o esperar varios años a que se vaya recaudando para tener suficiente dinero. Eso eliminaría de un plumazo la tendencia de los políticos a construir aeropuertos en medio de la nada, y a la vez nos ahorraría la eterna discusión de que comunidades pagan de más y de menos, pues serían los ciudadanos los que sufrirían un impuesto específico para ese fin, y no se detraería ese dinero de las transferencias del estado a las comunidades, lo que se ha demostrado un sistema muy opaco y fácilmente interpretable según los intereses de cada cual.
Por último se necesitarían algunas medidas para impedir que nos hiciéramos trampas al solitario, o sea controles para que los presupuestos de las obras, y los cálculos de utilización de dichas infraestructuras fueran lo más reales posibles, y no se alteraran artificialmente para conseguir mostrar como útiles infraestructuras que no lo son, a base de maquillar los números. Para impedir dichos maquillajes, se podrían encargar a funcionarios del estado, que gracias al blindaje de su empleo no pueden ser presionados. O por ejemplo se podrían encargar dichos estudios a empresas privadas, y en caso de que sus informes se demuestren erróneos con desviaciones de más del 10%, vetar dicha empresa de la contratación pública durante 5 años.

Otra medida muy necesaria sería la de impedir que en los concursos públicos, las empresas presenten unos presupuestos artificialmente bajos para ganar el concurso, para a continuación, durante la obra, exigir el pago de sobrecostes que disparan el presupuesto por la puerta de atrás sin ningún control. La solución para impedir esta práctica es sencilla, si el coste final de una infraestructura ejecutada por una empresa supera el presupuesto entregado en el concurso, dicha empresa queda excluida de la contratación pública durante 5 años. En pocos años veríamos como las empresas se preocupan de presentar a los concursos unos presupuestos realistas, y como el coste final de las obras se ajusta a lo presupuestado.
Todos los contratos públicos deberían ser publicados inmediatamente, solamente en el caso de los contratos de defensa se podría retrasar su publicación hasta un máximo de diez años.
Ningún contrato público podría incluir compensaciones a las empresas privadas en el caso que las previsiones de ingresos o costes no se ajusten a la realidad. No puede ser que a día de hoy aún no sepamos que contrato se firmó para traer la formula 1 a Valencia, o cuanto dinero dice el contrato que costaría rescindirlo, o que tengamos que compensar a las concesionarias de autopistas privadas porque se equivocaron al prever cuantos vehículos pasarían por sus peajes. El capitalismo consiste en arriesgar tu dinero para ganar más dinero, no en asegurar que tendrás unos ingresos seguros aunque hagas mal los cálculos, quizás intencionadamente.

Quizás mi propuesta intenta acotar demasiado las decisiones de infraestructuras, pero en vista de lo mal que lo han hecho los políticos, creo necesario devolver la responsabilidad a los técnicos, para que sus cálculos sean vinculantes, e impedir así que un político se gaste 200 millones de nuestros impuestos en una estación de tren en un pueblo de 1000 habitantes, donde curiosamente su familia tiene unos terrenos, diciendo que es de utilidad pública.
Os invito a dejar vuestra opinión sobre mis propuestas, a dar vuestras propuestas complementarias o alternativas, o a dejarme verde, que esto sé que también gusta mucho.

12 de junio de 2013

¿En que se gastan nuestros impuestos?


Paul Vos Cobrador de impuestos
Paul Vos - Cobrador de impuestos - 1543
Antes de exigir ningún sacrificio más a la ciudadanía, hay que mostrar a la población como, en que y por que se gasta el dinero de nuestros impuestos, para recuperar la autoridad moral y el sentido de los impuestos. Los políticos se llenan la boca exigiéndonos a los ciudadanos responsabilidad, sacrificios y penitencia, pero se han olvidado de su parte, y eso ha degenerado en la sensación general que se gastan nuestro dinero en mamandurrias, y la gente utiliza esa sensación como excusa moral para defraudar. Para salir de la crisis hay que mejorar los ingresos públicos, y hay que mejorar los criterios de gastos, pero eso no pasará hasta que la gente no piense que defraudar impuestos perjudica al conjunto de la sociedad, y viendo como manejan el gasto público nuestros políticos muchos ciudadanos piensan que pagar impuestos no sirve para nada.
Así pues creo que es hora de empezar a hacer propuestas concretas para revertir esta situación, así que empezaré por lanzar propuestas referentes a dar claridad a los criterios del gasto, en primer lugar en lo referente a los sueldos, dietas, y asesores de los políticos.

En primer lugar, se tendrían que crear unos baremos salariales para todos los cargos electos, y que cobraran en función de su responsabilidad. Este baremo estaría indexado con el salario medio español, y con la tasa de paro, mediante una fórmula, de modo que si baja el paro o sube el sueldo medio cobrarían más que si ocurre lo contrario. Esto serviría de incentivo para que los políticos mejoraran esos parámetros, y de corrector automático para ahorrar en sus sueldos si las condiciones generales del país se deterioran, aunque creo que para calcular el sueldo medio habría que dejar fuera al 5% más rico y más pobre, para evitar distorsiones de la media debido a unos pocos individuos muy ricos. Esta operación acostumbra a hacerse en funciones del tipo campana de Gauss.

Además creo que los cargos elegidos por voto directo de la ciudadanía, como los parlamentarios, tendrían que cobrar más que los cargos elegidos por los políticos, como por ejemplo los presidentes de diputación, organismos oficiales, etc, de ese modo se valorará más a los representantes de los ciudadanos, y no a los representantes de los políticos. Hay que tener en cuenta que a lo mejor esta medida significa subir el sueldo a los políticos con mayor responsabilidad y mayor exposición pública, pero también se lo bajará a muchísimos otros que cobran sueldos vergonzosamente altos sin haberse enfrentado jamas a las urnas, y que gestionan organismos de dudosa utilidad pública. Por supuesto esta medida tiene que ir ligada con la reforma de la ley electoral que he comentado en posts anteriores.

Cada persona podría ocupar un solo cargo y recibir un solo sueldo, y esto incluye sueldos y cargos de fundaciones y organismos semi públicos que reciben subvenciones.

Todo el personal no funcionario, como asesores e interinos, debería ser contratado con la aprobación de un cargo electo gerárquicamente superior, y su sueldo no podría superar al de su contratador, cosa que actualmente sí que pasa, en algunos casos de forma escandalosa. Debería hacerse público quien contrata a quién y para hacer qué y con que sueldo, por ejemplo a través de una página web, donde se podría comprobar a cuanta gente ha contratado un cargo electo en particular, y cuanto dinero nos cuesta todo ese personal. De ese modo se podría comprobar los criterios y exigir responsabilidades. Por supuesto estaría prohibido que un cargo electo contratara a ningún familiar suyo hasta de tercer grado, ni nadie que conviviera con ninguno de sus familiares, y el número de personal contratado estaría limitado, si se necesita mas personal habría que convocar plazas de funcionarios.

Las dietas y complementos salariales quedarían reducidos solo a transporte y comida en días y horas laborables, y sin superar un porcentaje del sueldo mensual, y si se realizan viajes oficiales, se dispondría de un cierto margen extra. Esas dietas, así como el teléfono, sería pagado desde una única cuenta para cada político, y que sería la única cuenta para gastos sufragada con dinero público a la que tendría acceso, y cuyo extracto se publicaría automáticamente, por ejemplo cada semana. Esto permitiría saber en que se gasta el dinero, y eliminaría tentaciones como la de irse a un spa el fin de semana con cargo al contribuyente. 

Hasta aquí una primera lista de medidas básicas que afectan a los sueldos de los políticos, muchas otras serían útiles e incluso necesarias, y alguien puede pensar que estas son equivocadas, pero el objetivo de todas ellas es que los políticos no se pongan los sueldos que quieran, que gasten sin control el dinero de todos, y eliminar el nepotísmo, es exigirles responsabilidad y transparencia, y rendición de cuentas sin que lo tengamos que pedir, pues tenemos derecho a saber siempre y en todo momento en que gastan nuestro dinero, y para hacer que. Parece mentira que se tengan que explicar estas cosas tan de sentido común, pero hemos llegado a unos niveles muy preocupantes de degradación ética en nuestra clase dirigente, que piensa que no tiene que dar explicaciones, y que la opinión de la gente no importa.

En vista de lo que me estoy alargando, creo que dejo para posts poseteriores otras propuestas para mejorar los criterios con los que se deciden y ejecutan los gastos públicos en inversiones, pues hoy en dia cualquier político decide gastarse doscientos millones en construir un aeropuerto, presentando un presunto informe diciendo que lo utilizarán quince millones de pasajeros anulaes, y al final cuesta quinientos millones y lo utilizan cero pasajeros, sin que ello traiga consecuencias para nadie. Esto se tiene que acabar.

Si teneis mas propuestas, que seguro que sí, podeis dejarlas en forma de comentarios a este post, a lo mejor llegamos a alguna conclusión.

1 de junio de 2013

La política visceral


discurso autoreferenciado
Obra del artista Mana Neyestani
Las dos Españas (o tres o cuatro) se pelean, se discute, y se alternan en el poder, pero son incapaces de hablar la una con la otra, de buscar los puntos en común, y de ceder cada una una parte de su ideología para crear una ideología conjunta de mínimos comunes que pudiera integrar a la mayoría de la ciudadanía.

Este es un mal endémico que padecemos desde hace siglos, y la guerra civil fue una prueba de esta incapacidad para el acuerdo, y de esta convicción inquebrantable en que uno tiene razón.

En España no se acostumbra a contrastar argumentos, a intentar convencer al que piensa diferente, y a escuchar otras opiniones para formarse la propia. El estilo autóctono no se halla en la razón, sino un poco mas abajo, en la víscera. Muy a menudo no intentamos informarnos para conocer la verdad, sino que la verdad ya la sabemos, e intentamos encontrar las pruebas que demuestran que tenemos razón. Así pues no debatimos sino que discutimos, no tenemos adversarios sino enemigos.


Este estilo tan propio se hace evidente en las tertulias televisivas, en las que unas personas sentadas en lados físicos e ideológicos opuestos de una mesa se lanzan improperios de un lado al otro de la mesa que vuelan como granadas entre trincheras, y tienen su mismo objetivo, destruir al enemigo, no generar un debate o convencer a nadie.

Lo triste es que esta misma actitud es la que se aprecia en el congreso, donde los parlamentarios intentan arrancar una ovación de sus correligionarios, si puede ser a costa de humillar al oponente, en vez de dedicarse a lo que el origen etimológico de la palabra parlamentario sugiere.

Esta actitud es la que provoca, por ejemplo, que cada cuatro años se reforme la educación en este país, con los lamentables resultados que todos conocemos, o que el famoso debate territorial (mal llamado así, ante la total falta de debate) se limite en envolverse cada cual con su bandera correspondiente, sin ningún atisbo de vida inteligente en ninguno de frentes. Lo único en lo que se han puesto de acuerdo nuestros políticos es en defender sus derechos frente a los de la ciudadanía, a la que nos distraen ondeando esas mismas banderas que presuntamente les enfrentan.


Así pues la vida política ha quedado reducida a una lista de etiquetas, y cada cual se ve obligado a elegir una de estas etiquetas, y defenderla como si le fuera la vida en ello. O eres de derechas o de izquierdas, o nacionalista o constitucionalista, o monárquico o republicano. Y los partidos, en vez de buscar puntos de encuentro, se esfuerzan muchísimo en crear nuevas dicotomías etiquetables, para poder apoderarse de una de esas etiquetas y así esgrimirlas ante los electores que, agarrados a ella seguirán al partido que la esgrima hasta la urna, cual flautista de Hamelín, ejemplos de esas nuevas etiquetas no faltan, como por ejemplo abortista o antiabortista, a favor de los referendums o en contra, pro religión en las escuelas o anti, pronuclear o antinuclear, etc.
Estas etiquetas eliminan el debate, e imposibilitan los matices, y hacen imposible encontrar puntos medios, que acostumbran a ser donde se encuentra la virtud.


Esta actitud maniquea no es, por supuesto, nueva ni exclusiva de nuestro país, y por desgracia tengo la sensación que va a más, especialmente por como se está acelerando la circulación de la información gracias a las nuevas tecnologías. La gente quiere más y más información, pero no tiene tiempo de asumirla, así que tiene que estar muy resumida, y ser fácil de asimilar, y como es fácil de imaginar, más información más resumida, significa eliminar los matices.

Esta tendencia también han conseguido introducirla en el mundo científico, ahora cualquiera, tenga las ideas que tenga, consigue que un grupo de expertos elaboren un informe confirmando rotundamente y con pruebas científicas que tenía razón, aprovechándose así de la creciente tendencia de la población a depositar una fe casi religiosa en la ciencia sin poner en duda sus métodos, o la interpretación de los resultados. Esta perversión, que tiene su máximo exponente en la polémica creacionista, o el negacionismo del cambio climático, pero que también ha dado grandes ejemplos patrios, como las afirmaciones de biólogos diciendo que los toros no sienten dolor debido a la configuración de su sistema nervioso. Cosas veredes, amigo Sancho.

Del noble, pero muy desprestigiado arte de las estadísticas, muy manipulado por parte de las compañías y los medios, hablaré otro día.


El único antídoto es renunciar a la verdad absoluta, nadie tiene toda la razón ni nadie está totalmente equivocado, o menos que lo haga de mala fe y defienda una postura a sabiendas que es falsa por motivos inconfesables. Hay que diversificar al máximo las fuentes de información y siempre siempre poner en duda lo que nos dicen, y lo que creemos. Así pues, si alguien cree que no tengo razón, por favor, que exponga sus argumentos, intentaré estar abierto de mente.
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