30 de junio de 2013

Crimen sin castigo, o la ética neoliberal

Leyendo “Crimen y castigo”, publicada en 1866 por Fiódor Dostoievski, uno se sorprende descubriendo una sociedad donde el individuo tiene fuertes valores morales, y donde el protagonista se plantea si es suficientemente libre como para traicionar esos valores en beneficio propio, entablando entonces una batalla casi a muerte contra su conciencia. Esa novela contrasta con la sociedad actual y con nuestros líderes, que parecen no tener ninguna conciencia, ni ningún dilema ético al actuar en beneficio propio causando un mal a muchísimos conciudadanos. No he visto a ningún banquero, ni especulador, ni ninguno de los políticos que lo han permitido pidiendo perdón, porque ni siquiera se sienten avergonzados o culpables. Incluso hemos visto a banqueros que, tras arruinar su banco, lo han demandado porque creían que no les habían pagado un finiquito suficiente.
¿Como es eso posible? Según mi opinión hoy en día el neoliberalismo ha implantado una nueva escala de valores en muchos de nosotros, y en todos nuestros líderes, incluyendo los que se hacen llamar socialistas. Estos nuevos valores dicen que el triunfo y el enriquecimiento personal a cualquier precio es lo único que importa, dicen que está bien mentir y pisotear al compañero con tal de medrar, dicen que si una acción te sirve para ganar dinero es una buena acción, y dicen que la pobreza es una muestra de debilidad pues el que es pobre lo es porque no ha sido suficientemente fuerte como para prosperar aplastando a otros, y por tanto a los pobres no hay que ayudarlos, pues tienen que hacerse fuertes y aprender a trepar solos.
Estos son los valores que rigen nuestra sociedad actual, y que permiten al individuo actuar egoistamente, incluso causando dolor a otros, sin tener ningún remordimiento, pues tu conciencia ya no te tortura como al protagonista de “Crimen y castigo”, en realidad a lo mejor a esos individuos su conciencia les tortura si no actuan para enriquecerse. El problema reside en que una persona que no tiene principios ni remordimientos, que puede actuar libremente en beneficio propio incluso causando daño a terceros es la definición que la medicina da para los psicópatas, así pues esa nueva escala de valores nos convierte a todos un poco en psicópatas.
La sociedad basada en esos principios se está autodestruyendo, pues la sociedad se inventó como un entorno de colaboración entre individuos que renuncian a parte de su libertad individual y anteponen el bien común por encima del bien personal. Si la mayor parte de los miembros de una sociedad rompen ese acuerdo, la sociedad en sí deja de tener sentido.
Por supuesto, siempre ha existido ese pulso entre el individualismo y el bien común, pero tres poderosas herramientas habían conseguido subyugar ese impulso, y hacer que las personas que actuaban así al menos se avergonzaran de ello, no como ahora que se sienten orgullosos.
El primer freno siempre ha sido la ética individual, ese Peptio grillo que nos ha guiado hacia el camino de la rectitud, y nos ha torturado si no hacíamos lo correcto mediante los remordimientos.
El segundo ha sido la religión, que nos ha amenazado con la condenación eterna si no actuábamos según lo que los religiosos nos han dicho que era ético.
El tercer freno ha sido la ley, que nos ha amenazado con la cárcel si no cumplíamos la legalidad, y que servía contra los individuos que no tenían ni el primer ni el segundo freno.
Pero hoy en día esos tres frenos han saltado por los aires. Nuestro Pepito grillo individual ha sido sustituido por otro mediante la conversión del egoísmo en un valor ético aceptable, de modo que ahora nuestro nuevo Pepito grillo nos guía hacia el egoísmo individualista.
La condenación eterna ha dejado de ser una amenaza, pues hasta el propio Papa ha admitido que el infierno es un lugar metafórico, y viendo las actitudes de algunos religiosos que han robado y abusado de niños, con el beneplácito de sus superiores parece que ya ni ellos mismos temen esa condenación eterna.
Y la ley ha sido retorcida para convertir en legal el robo y la explotación, pero con nuevos nombres como SICAV, paraíso fiscal, instrumentos financieros, preferentes, cláusulas hipotecarias, becarios, contrato en prácticas, o flexibilización laboral. Esas nuevas palabras esconden viejas ideas, según las cuales los ricos y poderosos tienen derechos, y los pobres tienen obligaciones.
Creo que la única forma de reconducir la sociedad, y evitar que el individualismo la destruya, es reinstaurar al menos uno de esos frenos. El más fácil sería el de la ley, el problema es que las leyes las hacen los poderosos, y estos no parecen dispuestos a renunciar al individualismo que tanto les conviene. El freno de la religión parece dificilmente reimplantable. Así pues solamente nos queda la opción de la ética individual. Tenemos que renunciar al egoísmo individualista que los neoliberales nos han vendido como un bien superior, y empezar a pensar en el bien común en nuestros actos cotidianos. Solo si logramos cambiar los valores del enriquecimiento personal a cualquier precio, por los valores del enriquecimiento colectivo, y conseguimos transmitir esos valores a nuestros hijos, podremos exigir a nuestros líderes que actúen con ética.
No podemos quejarnos de que nuestros empresarios nos explotan, de que nuestros deportistas defraudan, o de que nuestros políticos se consiguen un retiro dorado de asesor a cambio de favores, mientras nosotros mismos también actuemos sin ética. Hay que dejar de contratar servicios sin factura, hay que dejar de comprar lo mas barato sin preguntar si detrás hay mano de obra explotada, hay que dejar de medrar en el trabajo a base de intentar dejar mal a tus compañeros, hay que dejar de enseñar a los niños a aprobar copiando, y hay que dejar de poner el dinero en el banco que nos da más rentabilidad sin preguntar si la obtienen deshauciando a familias de sus casas. Solo si nos convertimos en personas íntegras, podremos exigir a nuestros conciudadanos que lo sean también.

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