1 de junio de 2013

La política visceral


discurso autoreferenciado
Obra del artista Mana Neyestani
Las dos Españas (o tres o cuatro) se pelean, se discute, y se alternan en el poder, pero son incapaces de hablar la una con la otra, de buscar los puntos en común, y de ceder cada una una parte de su ideología para crear una ideología conjunta de mínimos comunes que pudiera integrar a la mayoría de la ciudadanía.

Este es un mal endémico que padecemos desde hace siglos, y la guerra civil fue una prueba de esta incapacidad para el acuerdo, y de esta convicción inquebrantable en que uno tiene razón.

En España no se acostumbra a contrastar argumentos, a intentar convencer al que piensa diferente, y a escuchar otras opiniones para formarse la propia. El estilo autóctono no se halla en la razón, sino un poco mas abajo, en la víscera. Muy a menudo no intentamos informarnos para conocer la verdad, sino que la verdad ya la sabemos, e intentamos encontrar las pruebas que demuestran que tenemos razón. Así pues no debatimos sino que discutimos, no tenemos adversarios sino enemigos.


Este estilo tan propio se hace evidente en las tertulias televisivas, en las que unas personas sentadas en lados físicos e ideológicos opuestos de una mesa se lanzan improperios de un lado al otro de la mesa que vuelan como granadas entre trincheras, y tienen su mismo objetivo, destruir al enemigo, no generar un debate o convencer a nadie.

Lo triste es que esta misma actitud es la que se aprecia en el congreso, donde los parlamentarios intentan arrancar una ovación de sus correligionarios, si puede ser a costa de humillar al oponente, en vez de dedicarse a lo que el origen etimológico de la palabra parlamentario sugiere.

Esta actitud es la que provoca, por ejemplo, que cada cuatro años se reforme la educación en este país, con los lamentables resultados que todos conocemos, o que el famoso debate territorial (mal llamado así, ante la total falta de debate) se limite en envolverse cada cual con su bandera correspondiente, sin ningún atisbo de vida inteligente en ninguno de frentes. Lo único en lo que se han puesto de acuerdo nuestros políticos es en defender sus derechos frente a los de la ciudadanía, a la que nos distraen ondeando esas mismas banderas que presuntamente les enfrentan.


Así pues la vida política ha quedado reducida a una lista de etiquetas, y cada cual se ve obligado a elegir una de estas etiquetas, y defenderla como si le fuera la vida en ello. O eres de derechas o de izquierdas, o nacionalista o constitucionalista, o monárquico o republicano. Y los partidos, en vez de buscar puntos de encuentro, se esfuerzan muchísimo en crear nuevas dicotomías etiquetables, para poder apoderarse de una de esas etiquetas y así esgrimirlas ante los electores que, agarrados a ella seguirán al partido que la esgrima hasta la urna, cual flautista de Hamelín, ejemplos de esas nuevas etiquetas no faltan, como por ejemplo abortista o antiabortista, a favor de los referendums o en contra, pro religión en las escuelas o anti, pronuclear o antinuclear, etc.
Estas etiquetas eliminan el debate, e imposibilitan los matices, y hacen imposible encontrar puntos medios, que acostumbran a ser donde se encuentra la virtud.


Esta actitud maniquea no es, por supuesto, nueva ni exclusiva de nuestro país, y por desgracia tengo la sensación que va a más, especialmente por como se está acelerando la circulación de la información gracias a las nuevas tecnologías. La gente quiere más y más información, pero no tiene tiempo de asumirla, así que tiene que estar muy resumida, y ser fácil de asimilar, y como es fácil de imaginar, más información más resumida, significa eliminar los matices.

Esta tendencia también han conseguido introducirla en el mundo científico, ahora cualquiera, tenga las ideas que tenga, consigue que un grupo de expertos elaboren un informe confirmando rotundamente y con pruebas científicas que tenía razón, aprovechándose así de la creciente tendencia de la población a depositar una fe casi religiosa en la ciencia sin poner en duda sus métodos, o la interpretación de los resultados. Esta perversión, que tiene su máximo exponente en la polémica creacionista, o el negacionismo del cambio climático, pero que también ha dado grandes ejemplos patrios, como las afirmaciones de biólogos diciendo que los toros no sienten dolor debido a la configuración de su sistema nervioso. Cosas veredes, amigo Sancho.

Del noble, pero muy desprestigiado arte de las estadísticas, muy manipulado por parte de las compañías y los medios, hablaré otro día.


El único antídoto es renunciar a la verdad absoluta, nadie tiene toda la razón ni nadie está totalmente equivocado, o menos que lo haga de mala fe y defienda una postura a sabiendas que es falsa por motivos inconfesables. Hay que diversificar al máximo las fuentes de información y siempre siempre poner en duda lo que nos dicen, y lo que creemos. Así pues, si alguien cree que no tengo razón, por favor, que exponga sus argumentos, intentaré estar abierto de mente.

1 comentario:

  1. te has repondido: " o menos que lo haga de mala fe y defienda una postura a sabiendas que es falsa por motivos inconfesables "

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