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Obra del artista Mana Neyestani |
Este es un mal endémico que padecemos
desde hace siglos, y la guerra civil fue una
prueba de esta incapacidad para el acuerdo, y de esta
convicción inquebrantable en que uno tiene razón.
En España no se acostumbra a contrastar argumentos,
a intentar convencer al que piensa diferente, y a escuchar otras
opiniones para formarse la propia. El estilo autóctono no se halla
en la razón, sino un poco mas abajo, en la víscera. Muy a menudo no
intentamos informarnos para conocer la verdad, sino que la verdad ya
la sabemos, e intentamos encontrar las pruebas que demuestran que
tenemos razón. Así pues no debatimos sino que discutimos, no
tenemos adversarios sino enemigos.
Este estilo tan propio se hace evidente en las
tertulias televisivas, en las que unas personas sentadas en lados
físicos e ideológicos opuestos de una mesa se lanzan improperios de
un lado al otro de la mesa que vuelan como granadas entre trincheras,
y tienen su mismo objetivo, destruir al enemigo, no generar un debate
o convencer a nadie.
Lo triste es que esta misma actitud es la que se
aprecia en el congreso, donde los parlamentarios intentan arrancar
una ovación de sus correligionarios, si puede ser a costa de
humillar al oponente, en vez de dedicarse a lo que el origen
etimológico de la palabra parlamentario sugiere.
Esta actitud es la que provoca, por ejemplo, que
cada cuatro años se reforme la educación en este país, con los
lamentables resultados que todos conocemos, o que el famoso debate
territorial (mal llamado así, ante la total falta de debate) se
limite en envolverse cada cual con su bandera correspondiente, sin
ningún atisbo de vida inteligente en ninguno de frentes. Lo único en lo que se han puesto de acuerdo nuestros
políticos es en defender sus derechos frente a los de la ciudadanía,
a la que nos distraen ondeando esas mismas banderas que presuntamente
les enfrentan.
Así pues la vida política ha quedado reducida a una
lista de etiquetas, y cada cual se ve obligado a elegir una de estas
etiquetas, y defenderla como si le fuera la vida en ello. O eres de
derechas o de izquierdas, o nacionalista o constitucionalista, o
monárquico o republicano. Y los partidos, en vez de buscar puntos de
encuentro, se esfuerzan muchísimo en crear nuevas dicotomías
etiquetables, para poder apoderarse de una de esas etiquetas y así
esgrimirlas ante los electores que, agarrados a ella seguirán al
partido que la esgrima hasta la urna, cual flautista de Hamelín,
ejemplos de esas nuevas etiquetas no faltan, como por ejemplo
abortista o antiabortista, a favor de los referendums o en contra,
pro religión en las escuelas o anti, pronuclear o antinuclear, etc.
Estas etiquetas eliminan el debate, e imposibilitan los matices, y hacen imposible encontrar puntos medios, que acostumbran a ser donde se encuentra la virtud.
Estas etiquetas eliminan el debate, e imposibilitan los matices, y hacen imposible encontrar puntos medios, que acostumbran a ser donde se encuentra la virtud.
Esta actitud maniquea no es, por supuesto, nueva ni
exclusiva de nuestro país, y por desgracia tengo la sensación que
va a más, especialmente por como se está acelerando la circulación
de la información gracias a las nuevas tecnologías. La gente quiere
más y más información, pero no tiene tiempo de asumirla, así que
tiene que estar muy resumida, y ser fácil de asimilar, y como es
fácil de imaginar, más información más resumida, significa
eliminar los matices.
Esta tendencia también han conseguido introducirla
en el mundo científico, ahora cualquiera, tenga las ideas que tenga,
consigue que un grupo de expertos elaboren un informe confirmando
rotundamente y con pruebas científicas que tenía razón,
aprovechándose así de la creciente tendencia de la población a
depositar una fe casi religiosa en la ciencia sin poner en duda sus
métodos, o la interpretación de los resultados. Esta perversión,
que tiene su máximo exponente en la polémica creacionista, o el
negacionismo del cambio climático, pero que también ha dado grandes
ejemplos patrios, como las afirmaciones de biólogos diciendo que los
toros no sienten dolor debido a la configuración de su sistema
nervioso. Cosas veredes, amigo Sancho.
Del noble, pero muy desprestigiado arte de las estadísticas, muy manipulado por parte de las compañías y los medios, hablaré otro día.
El único antídoto es renunciar a la verdad
absoluta, nadie tiene toda la razón ni nadie está totalmente
equivocado, o menos que lo haga de mala fe y defienda una postura a
sabiendas que es falsa por motivos inconfesables. Hay que
diversificar al máximo las fuentes de información y siempre siempre
poner en duda lo que nos dicen, y lo que creemos. Así pues, si
alguien cree que no tengo razón, por favor, que exponga sus
argumentos, intentaré estar abierto de mente.
te has repondido: " o menos que lo haga de mala fe y defienda una postura a sabiendas que es falsa por motivos inconfesables "
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